Extraterrestres habrían levantado árbol de dos toneladas
Solamente se pudo ver que tenían ojos rojos y una fuerza descomunal. ¿Mensaje de otro mundo?
Un trío de humanoides que aterrorizó con sus ojos rojos y de bordes anaranjados al casero de una estancia de la localidad de Chascomús, desafía la capacidad de los ufólogos para interpretar la razón por la cual estas entidades realizaron una singular demostración de fuerza, al poner de nuevo en pié un árbol de más de dos toneladas de peso caído desde hacía un año no muy lejos del casco del establecimiento rural.
El hecho aúna también el descubrimiento de una huella semicircular disecada a unos cien metros del lugar donde fueron detectadas esas presencias, justo en el sitio donde se encontraba el árbol caído y como si fuera poco, una sucesión de hallazgos de cadáveres de animales mutilados a través de procedimientos extraños a las prácticas ejercidas por el hombre, fue descubierta en paralelo en campos de Chascomús.
La Fundación Argentina de Ovnilogía (FAO), que preside Luis Burgos, tomó cartas en el asunto para tratar de dilucidar el misterio encerrado en torno a la presencia evidente de humanoides y lo que sorprende a sus investigadores es la acción ejercida sobre el árbol que puede ser interpretada como una aleccionadora demostración de fuerza.
En diálogo con Expedientes Secretos, Burgos aseguró que el hecho es, sin dudas”, “un caso enigmático y llamativo” por el cual “tranquilamente podemos suponer a modo de hipótesis -dijo- que esta nueva incursión humanoide en la geografía bonaerense, haya querido dejar una señal de poder o hacer una demostración de fuerza”.
Para Burgos también hay otros elementos que permiten asociar la situación con la presencia de otras inteligencias como, por ejemplo, el hallazgo en un descampado de una huella de casi diez metros de diámetro, situada en una zona en la que pasan dos cables de luz.
Ojos rojos
Para centrar la historia del caso que tiene por epicentro la estancia La Horqueta, situada a la vera de la Ruta 2 y a unos 150 kilómetros de la Capital Federal, hay que remontarse al 19 de junio del año pasado, cuando un intenso viento derribó varios árboles y plantas, pero en especial el añoso cedro libanés de más de 20 metros de altura.
La imagen del árbol vencido era la de una monumental estructura, con un diámetro de base de metro y medio que dejaba ver sus raíces y al enorme movimiento de tierra levantado durante la caída. El cálculo del propietario de la estancia y de los operadores de la grúa que en vano intentaron levantar el tronco, era que el cedro libanés pesaba cerca de dos toneladas y media.
Sólo una pluma para trabajos de mayor envergadura podía llegar a levantar el árbol, por lo que esa tarea de restauración del paisaje en la estancia que se dedica al turismo se fue demorando, aunque los turistas solían visitar ese lugar para fotografiar al gigante caído.
Exactamente un año y un mes después de aquel episodio, el misterio recaló en La Horqueta. Ya habían pasado las 22.30 cuando el ladrido de los perros alertó al casero Luis Antonio Pavoni, de 36 años, que salió con su linterna para comprobar que, efectivamente, los perros estaban inquietos.
Decidido, inició una recorrida acompañado por los perros para ver que sucedía. El más bonachón de los canes superó en la carrera a sus congéneres más bravíos y llegó primero al árbol derribado, ante el cual se paró abruptamente para comenzar a ladrar a algo o alguien que Pavoni no vio hasta el momento en que la luz de su linterna enfocó dos extraños ojos rojos que lo miraban.
Eran tres
Pavoni pensó que se trataba de una liebre, por lo que desandó los cien metros que separaban al cedro de la casa principal para ir a buscar su carabina. Pero en el camino de vuelta, algo lo hizo dudar: en todo caso un animal de ese tipo mide parado sobre sus patas traseras unos 40 centímetros; sin embargo, los ojos rojos lo miraban desde una altura de aproximadamente 80 centímetros.
Al llegar ya no solo estaban en el mismo lugar los ojos rojos y con un halo anaranjado que había visto minutos antes. Ahora había dos pares de ojos más detrás del primero, pero sin que la oscuridad de la noche permitiera visualizar algún detalle más de la fisonomía de la extrañas entidades.
El contacto visual entre Pavoni y el trío misterioso, en medio de un cerrado silencio sólo alterado por los ladridos del perro que había llegado primero a la escena pero que seguía sin acercarse demasiado a donde se encontraban los visitantes, se extendió por unos tres minutos hasta que las miradas rojizas desaparecieron.
Impresionado, Pavoni volvió a la casa pero lo increíble estaba por suceder. A la mañana el dueño de la estancia Enrique Pierri, que recién había llegado al campo, le preguntó a su casero cómo había hecho para poner de nuevo en pie al cedro. Pavoni no tuvo la respuesta precisa aunque tampoco pudo dejar de asociar la reincorporación del cedro a aquellos tres pares de ojos con halo anaranjado con los que había confrontado la noche anterior.
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